El pensamiento utópico, con su idealismo político, sus profecías y, sobre todo, con su fe en el cambio y la evolución social, nos concierne mucho más de lo que a menudo juzgamos, porque además de una esperanza, constituye una finalidad en sí mismo y, como tal, forma parte de nosotros, de cada ser humano, floreciendo cuando más se necesita e impulsándonos en nuestro camino hacia el clímax social.
Con todo esto, parece obvio que, desde el inicio de sus días, el hombre ha imaginado, ha conjeturado y ha fantaseado. Por ello, el pensamiento utópico es y será siempre contemporáneo a todas las generaciones. Porque si bien es difícil dejar algún día de soñar, más difícil será que la humanidad abandone sus ansias de superación.